Antes esperaba que llegara alguien a curar mi corazón roto y
salvarme de no sé qué. De alguna muerte inventada o algún drama tonto. Esa
persona curaría todos mis traumas con sus besos y desaparecería mis cicatrices
con su tacto.
La realidad de las cosas es que mis traumas siguen y
seguirán ahí, pero soy consciente de ellos e intento no darles más importancia
de la que merecen. Las cicatrices son parte de mi relieve, marcas
que me ayudan a recordar mi caminar y no olvidar lo aprendido. Ésa es su labor
y desaparecerlas implicaría desandar lo caminado, con todo lo que me ha
costado.
Por lo mismo, me niego a ser un objeto de transición. Me
niego a curar traumas y sanar heridas. No por egoísta, sino porque creo que es
una labor que escapa a nuestras posibilidades. Creo que es incluso hasta más
egoísta esperar que otro lo haga por nosotros, en vez de lanzarnos a ese oscuro
y pesado trecho en el que enfrentamos nuestros miedos, nos encontramos con
nuestros dolores y nos dolemos en nuestras soledades.
Sí, son fases espantosas pero necesarias. Igual de
importante es darnos cuenta cuando el otro nos quiere usar como objeto de
transición o cuando espera que seamos la heroína/el héroe que lo rescate de sus
oscuridades. Más porque nos puede atraer la idea: quizá si los rescatamos los
podremos enamorar. No dudo que sea posible pero en mi experiencia viene a costa
de porrazos innecesarios. Mejor que resuelva sus pendientes y nos encontremos
más adelante, cuando haya vaciado su carga emocional y traiga el paso ligero y
alegre.
Será básico hacer la tarea con nosotros mismos, resolver lo
que debe ser resuelto en nuestras vidas y quererse lo suficiente para que en el
momento en que nos den la mano y sonrían tristemente mientras se les sale un “corté
hace poco y odio las fotos de mi ex en Facebook y a veces no dejo de pensar en
eso", se responda con una sonrisa indiferente: “no, gracias... no puedo resolverlo
por ti" y dar media vuelta.
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